1 de mayo de 2024

Hola Fidel. Bien ¿y tú?


Hace ya varias semanas, se desató el pánico en mi grupo de Whatsapp de bachillerato (todos muchachos sesentones). Resulta que comenzó a llegar a varios chats privados, un mensaje de Fidel que decía: “Hola, ¿cómo estás?” 

Seguidamente, se inició una avalancha de mensajes: “parece que a Fidel le robaron el teléfono”; “a mí también me llegó un mensaje raro de Fidel”; “hermanos, saqué a Fidel del grupo y me llegó un mensaje pidiéndome dinero, hay que avisarle, a lo mejor no lo sabe”; “le acabo de enviar un correo electrónico”.

No hubiera pasado de ser otra anécdota simpática del grupo, si no hubiera sido porque, diez minutos antes, yo había respondido: “Hola Fidel. Bien ¿y tú?” Enseguida, vinieron a mi mente todas las veces que leí acerca de “hola, soy María” y las fatales consecuencias que habían sufrido las víctimas de la nefasta fémina compuesta de unos y ceros. Como si las compuestas por carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno no dieran suficiente para pensar. ¿Y ahora qué hago? Por supuesto, le pregunté a Google: “Lo primero que tiene que hacer si cree que su teléfono ha sido hackeado es cambiar la clave del banco”. Claro, ¿cómo no se me ocurrió?, cambiar la clave del banco. Lo demás que se lo apropie el hacker, así no me reconozca derechos de autor.

El caso, es que el supuesto hackeo me significó pasar más de dos horas en el banco. Tuve que bloquear mi usuario por precaución, ya que no pude cambiar la clave debido a la mala conexión que hubo la “tarde de perros” del cyber delito. La muñequita (Chatbot) del banco me cerraba la conexión cuando no había respuesta de mi parte, como diciéndome: “Usted no va a echá pa’lante, hasta luego”. Además, no tenía clave telefónica. De manera que, inevitablemente, debía ir al cajero y de ahí… a las promotoras. 

Al día siguiente, llegué a la oficina la cual estaba en total soledad, con mi mejor disposición a afrontar el fracaso para lograr el seguro éxito (como pontifican los youtuber de crecimiento personal y liderazgo). Y así fue, éste no se hizo esperar (el fracaso, claro). De entrada, tuve que fingir total indiferencia ante una promotora que conversaba entre cariñosa y alegremente con un bombero, quien permanecía de pie frente a la dama, lo cual hacía obvio que no era un cliente, ya que estaba como que se iba, pero no se iba. Cada cierto tiempo, el apagafuego volteaba a mirarme como esperando encontrarse con mi cara de disgusto, pero no le di el gusto. Finalmente, ido el fireman y “apagado el incendio”, la promotora procede a atenderme con evidente desgano. Ante mi requerimiento, saca un papelito y escribe “tres, dos” y me dice que vaya al cajero a generar mi clave telefónica, ya que todo se hace por teléfono o con asistente virtual. Seguí la instrucción, llegué confiado a la casa, traté de hacer la validación por teléfono y nada: clave no autorizada. 

Volví al banco, le pregunté al vigilante y el hombre me explica que había hecho mal el proceso y agregó: “¿quién lo atendió, la pecosa, rubia o la de pelo negro con lentes?”; le respondo: “la pecosa”. La de pelo negro ni levantó la vista, ya que estaba trabajando en su máquina y si le hubiera dicho algo, con seguridad me hubiera ordenado seguir esperando sentado. Cuando le dije "la pecosa", su cara lo dijo todo. "Nada. Vuelva donde las promotoras y haga lo que le he explicado", me dijo. Llego a la oficina, no hay clientes otra vez, increíble. La de pelo negro me ve y dice: "ya lo atiendo". La pecosa está sentada detrás de ella, descansando (ya saben de qué). Llega un tipo alto con lentes negros y se sienta a mi lado dejando una silla de por medio; saca unos libros, los pone sobre la silla que nos separaba y me pregunta: “¿Usted lee?”  "Algo", le respondo. – “Se los puedo prestar, pero no regalar” y suelta una carcajada exagerada. El tipo empieza una perorata, en voz alta, a contarme su vida: que él es el hijo mayor, que los hijos mayores tienen que sufrir no sé porqué motivo, que su mamá no le tuvo paciencia, etc. Me estaba volviendo loco y le tuve que poner la mano en el hombro y decirle: "Señor por favor" (yo nunca había reaccionado así). El hombre me dice: "Ya sé, lo estoy molestando" - Sí, gracias y disculpe.

Me llama la promotora de pelo negro. “No funcionó la clave", le digo mirando a la pecosa. Ésta intenta decirme: "pero yo le dije...". La de pelo negro levanta la mano como diciendo "be silent", y me dice: "deme la cédula de identidad”, teclea sin mirarme, “deme la tarjeta”, se la doy y teclea sin mirarme, me hace preguntas de seguridad y teclea sin mirarme, “¿tiene 47 bolívares en la cuenta para cambiarle la tarjeta?” (estaba “vuelta leña”, hacía años que no la cambiaba) - Sí claro, si no me la han hackeado. Me mira por primera vez fijamente, luego sigue tecleando. En menos de un minuto me da la nueva tarjeta. Me explica lo que tengo que hacer: exactamente lo que dijo el vigilante. Me provocó decirle "ya lo sé, me lo dijo el gerente de ustedes que está en la puerta", pero me aguanté, no vaya a ser que tomara represalias electrónicas mientras me dirigía al teléfono del banco. 

Llego al teléfono, todo comienza a fluir bien con el asistente virtual y le hago señas al vigilante con el pulgar hacia arriba. Aparece el tipo de los lentes negros, va hacia la única cajera quien está atendiendo a un cliente, toca el vidrio fuertemente y le pregunta en tono “golpeado”: “¿Dónde está la gerente de este banco?” 



-No está señor, le dice la cajera. 

-Vengo a pedir un crédito para emprendedores y me dicen que es sólo para mujeres, ¿cómo es eso? 

-Esos créditos están establecidos así señor.

El tipo arma un escándalo y todos nos vemos las caras. Yo les hago un gesto como de emoticón desesperado. 

Valido mi clave, todo ok. Le doy una propina al vigilante y le agradezco sus buenos oficios. Entro al automercado que está frente al banco (estoy en el CC xxxxx). No puedo delatar a mi banco, ni dar las coordenadas. Por alguna razón siento que le debo un mínimo de lealtad. Hemos estado juntos por más de treinta años. Ellos se dicen “una gran familia” y yo, como cliente, me siento como el hijo bastardo a quien la familia no invita a ninguna fiesta. Pero familia es familia; y si algunos primos dejan mucho qué desear, pues no le voy a echar la culpa a toda la familia… ¿o sí? 

Hago unas compras y estoy en la caja pagando cuando veo pasar al tipo de los lentes negros con una cesta en la mano, se coloca dos cajas más allá y dice: "Le voy a decir mi cédula, pero escuche bien porque no se la voy a repetir". 

Terminé de pagar, empaquetar y prácticamente, salí corriendo del automercado. Todo por haber escrito: "Hola Fidel, bien ¿y tú?".


Mario Contreras©

gruposigma5@gmail.com 

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