Superviviente del
Holocausto. Boris Cyrulnik es psiquiatra, neurólogo, profesor de la Universidad
de Tolón (Francia) y autor de libros como “Los patitos feos” o “El amor que nos
cura”. Considerado un referente internacional de la llamada “resiliencia”, —la
capacidad del ser humano para enfrentar y reponerse a un trauma—, Cyrulnik ha
dedicado gran parte de su vida a analizar la fortaleza del ser humano frente al
sufrimiento.
Para que un niño
pueda ser resiliente, dice Cyrulnik, debe contar con un ambiente que le aporte
seguridad. La madre es quien transmite seguridad al niño, luego ella debe
sentirse segura. Si, por el contrario, el ambiente familiar no es seguro: la
madre ha sido abandonada, agredida, ha estado enferma, hay conflictos
conyugales, entre otros, el niño crece vulnerable. Cyrulnik considera que hay
dos factores cruciales para esta condición: precariedad social y violencia
conyugal. La primera implica que los padres no estarán disponibles para el
niño. La segunda afecta al niño, aun si la violencia no es contra él.
El abandono genera miedos, pero la sobreprotección también
La cotidianidad
entre padres e hijos: compartir una comida, hablar, jugar, hacer deportes
juntos, la seguridad que le permitirá al niño enfrentar futuros obstáculos.
Esto porque el niño, en el hogar, aprende a superar pequeñas adversidades:
reconoce las reacciones de las personas que conviven con él (o ella), aprende
cómo reaccionar y resolver problemas. Son dinámicas que generan seguridad, que
hacen sentir al niño “en casa”.
Si el entorno
familiar protege al niño, será más fácil que este desarrolle el placer de
aprender. Entonces, asistir al colegio será un estímulo para el aprendizaje,
una aventura, un reto para el cual se sentirá seguro y a gusto de enfrentar. La
inseguridad producto de la vulnerabilidad generada por el entorno familiar hará
que el niño no muestre interés en la escuela, le tema y se dificulte su
aprendizaje.
Ralentizar la vida para lograr aprendizajes genuinos
En occidente y en
muchos países asiáticos se vive la cultura del sprint, la cual genera ansiedad, incluso en los bebés. Hacer vivir
deprisa a los niños (“esprintar”) es considerado una forma de maltrato. Sin
embargo en las escuelas del norte de Europa “ralentizan” a los niños y con ello
se les da seguridad. Es común que los estudiantes dediquen tiempo a actividades
que los involucren con sus pares: cocinar juntos niños y niñas, hacer teatro,
cine, comentar lecturas, entre otras. Esto hace que mejore su auto estima. El
provecho de estas actividades se refleja, posteriormente, en logros que abarcan
todas las áreas del saber. De esta manera, el aprendizaje llega a ser producto
de un genuino gusto por aprender.
La genética influye en pequeño grado; el entorno hace la
diferencia
La resiliencia puede
lograrse a lo largo de toda la vida, pero es muy necesaria en la niñez. No es
igual en todas las edades.
Cuando se sufre un
trauma es importante no quedarse solo. Se debe luchar contra el deseo de
aislarse. Cuando no se tiene apoyo, hay un constante recurrir al momento del
trauma, de la desgracia: “por qué me paso esto”, por qué no me defendí”, “por
qué no hice esto o aquello” o “por qué no me defendieron”. De allí a la depresión
hay un trayecto corto. El apoyo no implica, necesariamente, ir a un psicólogo,
basta un buen amigo, la pareja, el sacerdote, etc.
La tecnología de
neuroimagen y los subsiguientes estudios e interpretaciones psicológicas han
revelado que un trauma puede afectar el desarrollo neuronal. Se ha estudiado,
cuantitativamente, como niños aislados, privados de afecto o víctimas de la
violencia de la guerra, no segregan hormonas del crecimiento, ni hormonas sexuales;
presentan atrofia en los circuitos de la memoria y de las emociones.
El altruismo como mecanismo de defensa para combatir el dolor
Vivir una tragedia
coloca a la persona a la defensiva. Luego de superado el trauma es frecuente
querer ayudar porque se conoce el sufrimiento del otro. Los niños privados de
afecto, quienes solo se tienen a sí mismos, no pueden aprender empatía; son incapaces
de representar la realidad del otro y mucho menos de ser altruistas. “Estos
niños suelen herirse, golpearse la cabeza contra la pared e incluso mutilarse
durante la adolescencia”. Para ser empático, el niño requiere sentirse seguro,
solo así se interesará por descubrir la realidad y la cultura del otro y llegar
a ser altruista.
Hacia una sociedad que trabaje y… “respire”
Se requiere una
cultura que promueva el equilibrio, “el flujo y el reflujo” en palabras de
Cyrulnik. La cultura de la tecnología combatió los miedos producto de la ignorancia
que imperaban en la Edad Media, miedos que perduraron hasta los años 50; pero la
era tecnológica trajo consigo la angustia. Finalmente, Cyrulnik es optimista en
cuanto a la capacidad de la juventud actual para desarrollar una cultura que contribuya
a combatir los efectos de la angustia, provocados por la cultura tecnológica. Muchos
jóvenes, en la actualidad trabajan y “respiran”, han aprendido a ralentizar la
vida en sociedad y así reforzar los vínculos que desarrollan la familiaridad.
Mi comentario
En el ámbito educativo, la resiliencia tiene importancia crítica. Los estudiantes pueden verse en la necesidad de afrontar situaciones familiares que, muchas veces, se reflejan en el aula de clase y/o en el trato con sus compañeros, profesores o directivos.
Es frecuente que ellos carezcan de las herramientas para encauzar, adecuadamente, una frustración, una falla, una pérdida, entre otros. En estos casos es importante la competencia de todos los involucrados para lograr que el niño o adolescente logre canalizar el problema hacia una solución constructiva. Los padres deben trabajar el proceso junto con los maestros, sobreponerse a la tendencia de proteger al hijo y enfocarse en cómo identificar (si no se ha hecho aun) la raíz del problema y así determinar las estrategias que harán viable la solución.
La experiencia de maestros y psicólogos escolares, la discusión constructiva, la puesta en marcha de estrategias consensuadas siempre será mejor que la confrontación. Debe recordarse que los compañeros y maestros no son responsables ("chivos expiatorios") de las vicisitudes sino personas que pueden ayudar decididamente en la solución.
Mi comentario
En el ámbito educativo, la resiliencia tiene importancia crítica. Los estudiantes pueden verse en la necesidad de afrontar situaciones familiares que, muchas veces, se reflejan en el aula de clase y/o en el trato con sus compañeros, profesores o directivos.
Es frecuente que ellos carezcan de las herramientas para encauzar, adecuadamente, una frustración, una falla, una pérdida, entre otros. En estos casos es importante la competencia de todos los involucrados para lograr que el niño o adolescente logre canalizar el problema hacia una solución constructiva. Los padres deben trabajar el proceso junto con los maestros, sobreponerse a la tendencia de proteger al hijo y enfocarse en cómo identificar (si no se ha hecho aun) la raíz del problema y así determinar las estrategias que harán viable la solución.
La experiencia de maestros y psicólogos escolares, la discusión constructiva, la puesta en marcha de estrategias consensuadas siempre será mejor que la confrontación. Debe recordarse que los compañeros y maestros no son responsables ("chivos expiatorios") de las vicisitudes sino personas que pueden ayudar decididamente en la solución.
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